Cierto día, William, venezolano, de 40 años, se presentó a mi oficina y dijo con ansiedad: tengo 6 semanas (antes de volver a Venezuela) para recuperar mi matrimonio y mi vida profesional.
Desde entonces, fue un proceso intenso, en el que cada semana mi coachee demostraba estar consciente de sí mismo y también una capacidad de aprendizaje infinita. Cada avance despertaba mi admiración y el fortalecimiento de su dignidad.
En la primera sesión, William entendió que no había llegado a mí para recuperar su vida de pareja y laboral: llegaba para recuperarse a sí mismo y sanar las heridas infantiles.
Yo trabajo con hombres y mujeres que llevan en sus cuerpos adultos a ese niño herido que aún llora, así que mi coachee vitalicio se reencontró con aquel pequeño triste que soñaba con el fútbol y con algún día poder visitar la ciudad de Nueva York, un viaje que había postergado para hacerlo con su gran amor: Maualvi.
A la tercera semana de trabajo me dijo: voy a llevar a mi niño a jugar en Central Park.
Él me confirmó, una vez más, la capacidad que tiene el ser humano de reconstruirse cuando coincide un aprendiz casado con su crecimiento y un coach que asume el desafío de acompañarlo por un rato y hacer que el mérito se lo lleve su cliente.
En la cuarta y quinta semana de trabajo, dedicamos un domingo a participar en cine foros, en los cuales, William descubrió que podía aportar valor. Inclusive, se dedicó a reunirse con algunos de mis coachees que habían hecho un trabajo similar.
Perdió peso; corría muchos kilómetros diariamente y, al presentarse en la sexta y última sesión, su mirada y corporalidad hablaba de un aprendizaje transformacional.
Ya no necesitaba recuperar nada afuera, pues estaba parado en la dignidad de poder:
- Hacerse responsable de su felicidad
- Dejar de culpar a otros
- Abandonar el rogar para pedir
- El dejar de protestar para proponer
- Y cambiar la duda por la pregunta directa
El 2 de enero pasado, su esposa me escribió desde el teléfono de William para comunicarme la triste noticia de su partida.
Su muerte deja en mí un triste vacío y la sonrisa dulce al sentir su huella en los que disfrutamos de su bondad, pues este hombre partió a los 41 años lleno de vivencias intensas, disfrute y la posibilidad de amar y ser amado.
Adiós, mi valiente coachee. Tu cualidad de vitalicio te reserva un lugar permanente en mi corazón.
Andreína Atencio
@coachandreina