Escuchar, como un Acto Sagrado

Las frases “tenemos problemas de comunicación”, “él/ella/ellos no escuchan” son ya un lugar común entre las parejas, las familias, las empresas y las naciones. En este mundo interconectado, paradójicamente, nos escuchamos cada vez menos.

Tradicionalmente se pensaba que hablar era la parte activa de la comunicación, en tanto que la escucha, considerada como un sinónimo de oír, era la pasiva. Quizás en esta confusión radica la causa del problema de la mala comunicación. Hoy, en gran medida, gracias a la ontología del lenguaje, se sabe que en la escucha está la clave de la comunicación efectiva. El biólogo Humberto Maturana sostiene que el fenómeno real de la comunicación no depende de lo que se entrega, sino de lo que le sucede al que recibe.

Escuchar activamente, con todo y más allá de las palabras, es diferente al acto biológico de oír. En tanto que oír hace referencia a la percepción de sonidos a través del oído, escuchar es el acto de oír más interpretar, proceso que implica el uso de todos los sentidos.

Escuchar viene del latín auscultare, que significa escuchar los sonidos en el interior de un organismo humano, así como también el intento por averiguar el pensamiento de otra persona o su disposición acerca de un asunto; es un verbo y, como tal, conlleva una acción: la de comprender al otro.

Escuchar es de los actos más sanadores que hay tanto para quien es escuchado como para quien escucha; es un acto de entrega que implica soltar juicios, certezas y entrar en el mundo y en el alma del otro, arriesgándonos a ser transformados a partir de esa escucha; le da sentido al hablar ya que quien dice algo es para ser escuchado (aunque sea por sí mismo).

¿Qué escuchamos cuando escuchamos?

Uno dice lo que dice y el otro escucha lo que escucha. Cuando alguien nos habla, bien sea con palabras, a través de sus silencios o de lo no dicho, escuchamos posturas, gestos, tono de voz, expresiones… el otro se nos revela desde su estado emocional, historia, mapas de sentido, angustias, inquietudes y esperanzas, pero también escuchamos el escuchar del otro y nos escuchamos a nosotros mismos, y a las acciones involucradas en lo que se dice, así como las posibilidades y los mundos que se nos abren a partir de lo escuchado.

Escuchar efectivamente pasa por estar presentes para el otro y conscientes de nuestro propio estado emocional; suspender juicios, dejar de lado las certezas, escuchar con la intención de comprender y no de responder; verificar nuestra escucha a través del parafraseo, indagar sobre lo esencial y no sobre el morbo que satisface la curiosidad; y, finalmente, ofrecer nuestra interpretación gentil y respetuosa (aún cuando sea irreverente), sabiendo que siempre será eso: una interpretación.

Escuchar, más que una técnica, es un arte que puede cultivarse a partir de la conexión con lo sutil y lo sagrado, al ser capaces de escuchar, incluso, los sonidos del silencio.

“Yo que crecí dentro de un árbol tendría mucho que decir, pero aprendí tanto silencio que tengo mucho que callar…”.

Pablo Neruda

 

Arianna Martínez Fico

arianna.mf@gmail.com

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