El mal manejo de las emociones también son una pandemia

El mal manejo de las emociones también es una pandemia

Enfrentar el Coronavirus en medio del carrusel emocional que se genera y el mal manejo de las emociones, también es una pandemia.

He dado no menos de diez charlas en los últimos días con el tema de manejo de las emociones durante la cuarentena. Lo llamo “Manejo de las corona-emociones” y han estado bastante concurridos por gente del ámbito organizacional pero también particulares en busca de alguna recomendación sanadora. Como le decía a una amiga, los psicólogos nos estamos cotizando alto por estos días, porque muchos directores y altos ejecutivos de empresas grandes, no solo están demandando intervenciones de este tipo para su personal, sino que… ¡Además asisten y participan! Eso antes no era tan común.

También he leído diversos protocolos de empresas y gobiernos para atender la emergencia, sobre todo en la modalidad de desconfinamiento o post Covid-19 y me llama la atención que no se aborda la gestión de las emociones ni se prevén mecanismos de atención a empleados o ciudadanos que, aunque no tengan la temperatura alta ni síntomas del virus, sí es común que registren trastornos de ansiedad y miedo.

La realidad es que, paralelamente a la crisis sanitaria y la crisis económica y social que genera enfrentar este virus, cursa otra crisis personal y comportamental humana muy ligada a la vida emocional.

Es variada la gama de sensaciones que mucha gente está viviendo en estos días: duelos por la separación producto del distanciamiento social, dolor por fallecimiento de familiares o conocidos que mueren sin poder despedirse de ellos; miedo al contagio, a perder el trabajo o la propia empresa -con implicaciones de responsabilidad sobre los empleados y sus familias; angustia por no tener acceso a la salud o medicinas o alimentos; incertidumbre sobre posibles reincidencias o aumento de picos de la enfermedad; agobio por presiones económicas y del teletrabajo; pánico a salir a la calle después de levantada la cuarentena; ideación suicida; terror de las mujeres que viven confinadas con un maltratador o el agotamiento extremo de las que actúan como jefas de hogar por asumir excesiva carga laboral, parental y doméstica.

La ansiedad es la respuesta global que surge ante la creencia o percepción de un futuro amenazante. Como dice mi profesora de psicología de la UCAB, Estrella Pinto: “No es normal que uno permanezca inalterable frente a circunstancias extraordinarias que golpean duramente”. Aunque no todos y todas reaccionamos ante esta pandemia de la misma manera, la verdad es que estamos experimentando mayores niveles de ansiedad.

Aumenta la depresión y ansiedad producto del coronavirus
Un estudio oficial difundido por la Oficina del Censo de los Estados Unidos y publicado por The Washington Post el pasado mes de mayo, destaca que un tercio de los estadounidenses muestra signos de ansiedad o depresión clínica “el signo más definitivo y alarmante hasta el momento del costo psicológico provocado por la pandemia de coronavirus”. Las tasas de ansiedad y depresión fueron mucho más altas entre los jóvenes, las mujeres y los pobres.

En distintos países también se observa un patrón común que da cuenta de un incremento de los casos asociados a trastornos de ansiedad y depresión, ya que la falta de actividad, de espacios recreativos o de distracciones y otros factores, llevan a que algunas personas desarrollen estos síntomas.

No es un asunto menor. Toda amenaza nos confronta con la certeza de que somos vulnerables, frágiles, que no todo está garantizado. Nos reta a salir de nuestra zona de confort, del espacio de lo conocido y controlado, sin saber si habrá un retorno a la rutina perdida. Nos hace sentir inseguros, no importa cuanta madurez, experticia o dominio teníamos antes. Nos enfrenta a la idea de la muerte, a que todo tiene un final para el cual nunca nos sentimos preparados y preferimos evadirlo.

Lo emocional es político
Quizás parte del éxito que han tenido las Jefas de Estado donde la pandemia se controló satisfactoriamente, es que abordaron directamente el tema de las emociones desde sus discursos y sus programas de intervención con la colectividad. No usaron lenguaje de guerra ni alentaron actitudes competitivas u hostiles típicas del estilo autoritario y masculino de poder. Abrazaron empáticamente las emociones que podían estar sintiendo niños, jóvenes y adultos y les hablaron para calmar su ansiedad. Son expresión de un modo feminista de ejercer el poder, que pudiera realizar cualquier hombre, por cierto, si se aproximara más al mundo emocional sin las reservas que el machismo le impone.

En su libro “Política cultural de las emociones”, Sara Ahmed, plantea que las emociones no son estados psicológicos, sino prácticas culturales que se estructuran socialmente a través de circuitos afectivos. Ella dice “eso es un problema cultural y no solo psicológico y en cuanto tal, es un problema de todos, porque las emociones no residen ni en los sujetos ni en los objetos, sino que se construyen en las interacciones entre los cuerpos, en las relaciones entre las personas”.

Para reforzar esto recordemos una característica muy importante de las emociones, que es que además de ser volátiles, son contagiosas. Nuestras neuronas espejo, base fisiológica de la empatía y la solidaridad, registran las emociones de los demás, haciendo que copiemos sus reacciones. Y al contrario también ocurre, mis emociones pueden contagiar a quienes me rodean y si soy la líder el efecto es exponencial. Por lo que un estado de ánimo negativo, aun reflejado desde unos pocos, puede terminar contagiando al resto, básicamente porque las emociones son energía.

Cuando un grupo de personas están contagiadas de impotencia, tristeza, pesimismo, irritabilidad, exasperación, rabia o envidia, los resultados que obtienen son sumamente pobres, porque existe una relación directa entre la emoción y la acción, o la inacción. El buen liderazgo incorpora este dato a sus estrategias para dar respuestas que acompañen o den soporte a los terribles efectos de una población golpeada anímicamente.

Somos seres emocionales
Hay varios mitos que podemos aprovechar de romper aquí, como el que lo emocional es contrario a lo racional o que las emociones son blandas mientras que la gerencia es dura o que las emociones son femeninas y lo lógico cognitivo es masculino.

Esta es una tremenda oportunidad para tomar conciencia de que las emociones nos constituyen a todos, hombres y mujeres. Es un buen momento para darnos cuenta sobre la forma diferenciada como reaccionamos cuando una mujer demuestra sus emociones, -sobre todo si es para protestar o rebelarse- en contraste a cuando las manifiesta un hombre, por ser un terreno aun lleno de sesgos y estereotipos de género.

Es un momento de oro para criar varones con más sensibilidad, maestría y libre expresión de la vida emocional, venga de quien venga. Un espacio para darnos cuenta de que las emociones han sido las grandes olvidadas del ejercicio eficaz de la vida pública.  Porque justamente en la fuerza que nos dan nuestras emociones y en la manera como se construyen los espacios sociales, está la respuesta que necesitamos para superar esta situación: somos más fuertes de lo que pensamos. Autoeficacia, se llama eso. Confianza en nuestras propias fortalezas como individuos y como colectivo, para resistir y sobrevivir.

Así que lo más importante para salir de cualquier cuadro ansioso, es conocer nuestra vida emocional, reconocer el miedo, expresarlo y aplicar técnicas de afrontamiento para mitigarlo, junto al estrés y las reacciones somáticas que vienen aparejadas. Evadir o negar es la peor de las opciones en este momento. Pedir ayuda profesional cuando se sienta que las recomendaciones básicas no hacen efecto, es una excelente decisión.

Pero, más allá de las respuestas individuales que cada quien elija para preservar su salud mental, los gobiernos y empresas deben diseñar estrategias dirigidas a mitigar los efectos perniciosos de la depresión, el estrés crónico y el mal manejo de la ansiedad, sin desestimar el impacto que estos cuadros tienen sobre la productividad y el crecimiento de los países, ni en la lucha contra Covid-19.

Para el coronavirus seguramente se conseguirá una vacuna, pero para la pandemia de la ansiedad y para los patrones machistas de comportamiento que limitan el manejo de las emociones, tendremos que seguir fortaleciéndonos personal y colectivamente.

Por Susana Reina
FeminismoInc

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